Conservación del Lince Ibérico: Cómo la sierra de Andújar salvó a la especie

Que la actual situación demográfica del lince ibérico tiene una deuda con la Sierra de Andújar es un hecho que no admite discusiones. Cuando la especie parecía virtualmente extinta y había sido eliminada de la inmensa mayoría de montes y valles de la península, fue en este municipio jienense, concretamente en algunas fincas privadas en los alrededores del valle del Río Jándula, donde pudo sobrevivir su última población viable.

Conservación del Lince Ibérico

En el pasado, los linces ibéricos recorrieron gran parte de la Península Ibérica. Allá donde hubiera conejos, muy abundantes otrora, había linces, abarcando una gran diversidad de hábitats y ecosistemas con la única condición de la presencia del lagomorfo.

Lamentablemente, según avanzaba el siglo XX, nuestro icónico felino perdía fuerza en los parajes que había dominado, merced de las amenazas que a día de hoy siguen condicionando su supervivencia: persecución, fragmentación de hábitat y disminución de la cantidad de conejos disponibles.

Sus poblaciones se empiezan a acantonar en el suroeste ibérico, y se quedan heridos de muerte grandes bastiones como fue Montes de Toledo. A mitad de siglo surge un nuevo revés: la aparición de la mixomatosis, eliminando hasta el 80% de los conejos, amenaza con dar la puntilla a una especie que parecía entrar en los años finales de su historia. En el último tercio de siglo, los linces ibéricos siguen cayendo pese a la voz de alarma dada por científicos y comunicadores.

Este declive imparable se confirmó cuando las técnicas para censar poblaciones animales avanzaron. En los albores del cambio de siglo, el análisis de excrementos y el fototrampeo permitieron afinar mucho más que en los censos anteriores basados en citas y animales cazados.

Con estos métodos, en 2002 se ponen números a la catástrofe: quedaban menos de 100 linces en libertad, divididos en dos pequeñas poblaciones aisladas entre sí, la Sierra de Andújar y Doñana. Todo lo que no acabara en la extinción del lince ibérico parecía el argumento de un iluso optimista.

Llegados a este punto, el lince ibérico contaba con dos condicionantes favorables que resultaron capitales. El primero de ellos es ser un animal estéticamente atractivo, con pelo y ojos grandes de mirada penetrante. El segundo es geopolítico: el protagonista de nuestra historia campea territorio europeo.

Cuesta creer que la especie se hubiera salvado sin alguno de los dos hechos anteriores. Europa no podía permitir que desapareciera el primer felino desde el dientes de sable bajo su bandera, y así empezó a articularse un ambicioso y millonario proyecto de conservación financiado en gran parte desde Bruselas.

El resto de la historia es puesto a menudo como ejemplo de éxito en conservación de especies por expertos de todo el globo. Control de la mortalidad no natural y monitoreo de poblaciones, traslocar linces, capturarlos para la cría en cautividad y soltarlos en nuevas áreas favorables son los ingredientes principales de una receta que de momento arroja más de 2,000 linces salvajes 20 años después de no sobrepasar la centena.

El balance, sin lugar a dudas, es muy positivo. La especie ha escapado de lo que parecía un callejón sin salida, ha logrado recuperar algunos de sus antiguos dominios y en ellos las tasas de natalidad son esperanzadoras. Su distribución ya no se circunscribe solo a Andalucía, y son precisamente estas nuevas áreas de reintroducción las que conceden más optimismo.

Ahora bien, queda mucho trabajo por hacer, y las amenazas que condicionan la supervivencia del lince ibérico siguen vigentes.

El futuro de la especie depende de la continuidad de los esfuerzos de conservación, la educación ambiental y la creación de corredores ecológicos que permitan la conectividad de sus poblaciones. La lucha contra la fragmentación del hábitat, el refuerzo de las poblaciones de conejos silvestres y la protección frente a la caza ilegal siguen siendo piezas clave en la estrategia de recuperación del lince ibérico.

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